—Cactus, qué alegría
verte, dos meses ya desde la última vez…
—Sí, pero ya me voy,
Ximo.
—¿Ya? Déjame por lo
menos felicitarte el cumple, que fue hace unos días.
—¿Mi cumple?
¿Cuántos maños cumplí?
—10. 10 mañitos ya,
¿no te acuerdas, Cactus? Naciste en el
blog aquel, el primero que hice…
—Ximo.
—¿Qué?
—No te pongas
melancóñico.
—¡Cactus! ¿Palabras
malsonantes no, eh?
—Vale, pues te digo:
No te pongas mielancóñico.
—Bien, así suena más
dulce.
—Me voy, pues.
—¿Dónde vas, Señor
de las Púas? ¿A seguir charlando con
la Señora de los Aguijones, quizá?
—Me voy lejos del
remaño, lejos de la lejalidad que
—Cactus, cada vez
hablas peor, ¿remaño?, ¿lejalidad?
—No me interrompas,
Ximo, yo hablo así porque es más divertido
y más soñador y más marranovilloso.
—Pues sigue. No te
interrumpo.
—Muchas grasas,
Ximo. Decía yo que me voy lejos de la legañalidad que
esclava corazones con sus
coprófagas corporaciones, me voy lejos de
las pantallas y sus caparazones, me
marcho lejos de oscuridades
asqueantes custodiadas por policías y fiscales y
jueces
sin alegría en sus latires, lejos yo me voy de
—Qué serio te has
puesto, Cactus.
—Es que soy eso yo,
Ximo.
—¿Qué eres?
—Soy un cactus.
—Es verdad, Cactus,
eso eres tú.
—Un cactus
independentista, además.
—Ya lo sé, y eres un
cactus independentista muy bonito.
—Ay… Dime más. Dime
más, Ximo.
—Y en el fondo de tu
ser eres, además de suave, tierno y
repleto de bondad. Eres bello, Cactus.
—Ay…
—Venga, despidámonos
del público.
—Ay, sí… El vello
púbico… Sí, gente del vello púbico, en verdad os
digo que seáis felices. Y no
os resequéis, no. Antes al contrario:
¡Humedeced vuestra sed con cantos y
bailes y pensares de libertad!
—Pues hasta luego,
Cactus. Pero volverás pronto, ¿sí?
—Vale.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo sin
límite perimetral ninguno.
—Ojalá sea así.
— :-)
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