Quitando alguna excepción, en los últimos meses solo he publicado
viñetas y dibujos que ya tenía hechos tiempo atrás. Desde verano he
dibujado
poquísimo, el dibujo de este post es de hace dos años, no es
un dibujo del
natural, a mí me va más el dibujo de la imaginación, pero
es un dibujo que
resume (como todos los que surgen sin saber muy bien
de dónde), vivencias,
recuerdos, anhelos y, sobre todo, lugares. Y es
que los dibujos, creo yo, hablan
de lugares. Y son lugares, también.
Es en eso en lo que estoy desde el último verano: no dibujando, pero
sí escribiendo lugares. Una novela es, ante todo, un lugar, tanto cuando
la
lees como cuando la escribes, allí hay personajes que están tan vivos
que al
final son ellos quienes acaban escribiendo, o leyendo, el libro.
Y aunque no es
la primera vez que escribo una cosa de esas, sí es
la primera vez que tengo la
sensación de haber entrado en una
sorpresa cotidiana, divertida y fluida, y
también agotadora y
ardua. Y muy absorbente. Mucho. Es tan absorbente que la
voy a titular “Crónica de una bayeta anunciada”. Sí sí sí.
En fin, bromas
aparte (que ya sabéis que soy persona
seria y previsible) (excepto cuando no lo
soy),
lo cierto es que ya es cuestión de días terminarla,
y que a partir de ahí
vendrá eso otro que es encontrar
editorial que tenga a bien editarla. No sé si
lo conseguiré,
pero no me voy a detener ante las negativas, si no
me la quiere
editar nadie haré todo lo que
esté en mis manos (y en mis pies) para
conseguir
que pueda leerse más allá
de mi círculo más cercano (ahí es
donde se han
quedado las otras
cosas largas que he escrito).
Lo de anunciar que está editada será pues,
como mínimo, cuestión de
meses. Mientras tanto
habrá que seguir imaginando lugares vivibles.
Escritos. Dibujados.
Y, claro que sí,
respirados, porque la contaminación
ambiental está ahí para deshacerla cada día.
No para tragarla sin más.