Corre porque sabe que la represión no tarda en venir
cuando salimos a la calle a decir que ya vale,
sueltan a los perros de la porra
cuando salimos con nuestros sueños para decir que son nuestros,
y que los vamos
a defender por eso mismo, porque son nuestros, no de una minoría sola. Corre
después de pintar en el cielo un arco iris en blanco y negro, porque es pobre y
los colores se los
robaron en el último desahucio, y cuando llega a la barca
donde duerme suelta amarras y
se mete bien adentro del mar, y lo acaricia con
los remos porque él o ella —no sabemos ni nos
importa saber cuál es su sexo— se
ha colado dentro del pijama del océano, y le da masajes
gratis al cuerpo húmedo
que se arquea gimiendo.
Gime, el agua del mundo, para darle la bienvenida a
este horizonte de placer y, todo hay que decirlo,
porque le duele el mundo. A
ella, al agua, le entran los desiertos con cada humano derecho que
se arrodilla
cuando se lo ordenan. La barca es frágil, lo sabes tú y lo sé yo, y lo de darle
masajes gratis al agua del mundo no está bien visto y suele estar perseguido
por los
sacerdotes de la iglesia, de la banca y del estado violento.
Pero la barca insumisa no naufraga ni aun con el
orgasmo más desbordante de todos los océanos
juntos, no hay frigidez que
reprima la fusión de la piel entregada al universo amante. Eso lo sabe
la bruja
o el brujo que se ríe en su barquita de las prohibiciones que dictan las leyes
inhumanas.
Aunque lleven milenios persiguiendo, encarcelando y linchando en la plaza
pública a gente como él o
ella, ahí está: desnuda sus ganas de vivir para que
pese menos el lastre de las mentiras, esas cadenas.
Sigue aquí, esta barquita en calma que hoy le hizo
el amor al agua del mundo. No sé si lo escuchas,
pero del fondo marino surge el
ritmo alegre de un tambor multicolor que dice
Seguimos aquí, Somos los hijos de
la madre tierra,
Somos las hijas del padre océano,
Y nuestro tambor de paz no
va a callar,
Nunca.
-Ximo Segarra-
(Cuentos de cuando el sexo
pudo razonar, 5)