Se sienta en la cama y respira sin prisa, ya no
hay que llegar con urgencia a ninguna
parte. Por fin lo ha hecho. Cortar una
relación nunca es fácil, pero la sensación de
alivio y libertad compensa la
tensión insufrible y los infinitos malos rollos. Sabe que ha
sido su última
relación tóxica, atrás queda la alta ejecutiva de no sé qué gran banco,
más
atrás todavía aquel jeque árabe, petrolero y machista, también el político
experto en mentir y en calcular —calcular más mentiras—… y otros y otras que
ahora el
planeta no tiene ganas de recordar. Se quita los coches que le
aprietan los pies, se
desprende del asfalto asfixiante —qué más ropa necesita
alguien que quiere, simple y
naturalmente, hacerse el amor—, y tira a la basura
todas las joyas que le colgaban, le
pesaban y le oprimían: un par de cuentas
pendientes, un diamante de sangre, anillos
industriales… Y se desmaquilla de
humaredas y de beneficios bursátiles, y se echa en
la cama del espacio exterior
para gozar, por fin, una orgía con su espacio interior.
Y abraza el anhelo del placer más sencillo y
profundo: no hay nada más excitante que
ser una misma, y también uno mismo,
despierto y desnuda bajo la lluvia de
estrellas, ardiendo de besos, bebiendo la vida, sin más y sin menos…
estrellas, ardiendo de besos, bebiendo la vida, sin más y sin menos…
-Ximo Segarra-
(Cuentos de cuando el sexo pudo razonar -1)