“Los niños lloran,
aman, juegan, exploran y rompen cosas porque están 
 
aprendiendo a conocer el
mundo, no lo hacen para molestar, ni tampoco para 
 
probar nuestra paciencia,
simplemente es la esencia de la infancia”.
 
José Vicente García,
en “Sueños de escayola”
 
La novela de José
Vicente García trata, sobre todo, de una infancia en parte 
 
robada o
directamente maltratada, no solo por una epidemia, sino también por 
 
una manera
de entender la política. “Sueños de escayola” está basada en hechos 
 
reales
porque la pandemia de la polio existió y se llevó por delante a un montón 
 
de
niños y niñas en todo el planeta, y porque la dictadura franquista existió y 
 
no quiso invertir esfuerzo y dinero para proteger a sus cachorros, 
 
optó por invertir en, por ejemplo, el Valle de los Caídos. 
 
Leyendo estos días
me encuentro con una historia no tan lejana de la actual. 
 
Es cierto que aquella
España (década de los sesenta del siglo pasado) es distinta 
 
de la de ahora
(aunque la tradición dictatorial sigue muy presente en muchos 
 
ámbitos de la
vida), pero las ilusiones, los miedos, las preguntas y los sueños de 
 
niños y
niñas no son tan diferentes. Pablito, el protagonista, no entiende por qué 
 
ha
de estar confinado dentro de los muros del Sanatorio Marítimo de la Malvarrosa, 
 
junto con otras víctimas del virus de la polio. Trata de recomponer sus mapas
emocionales 
 
allí dentro, entre camas de hospital, operaciones quirúrgicas y,
también, nuevos amigos. 
 
Me gusta el acto de rebeldía de los cuatro amigos la
noche de Nochebuena (en eso 
 
estoy ahora, voy por la mitad del libro) y la ingenuidad
y diáfana valentía de Pablito, 
 
porque me invita a no olvidar lo que somos, lo
que fuimos, lo que podemos 
 
llegar a ser si confiamos en lo mejor de nuestras
vidas. 
 
Porque existe el
dolor, pero también existen días como hoy, cuando por fin 
 
las calles vuelven a
escuchar las locas razones de esa gente pequeñita. 
 
Escuchémosla, a esa gente,
porque tenemos mucho que aprender de 
 
sus locas (o no tan locas) razones. Yo, de
momento, seguiré leyendo 
 
“Sueños de escayola”, no solo porque conozco al autor
y sé que 
 
lleva toda la vida luchando para no traicionar al niño que, en el
fondo, 
 
todavía es. Seguiré leyendo porque quiero verle salir de allí, de aquel 
 
hospital, y porque no quiero olvidar. Quiero seguir aprendiendo.
 
(La viñeta es “remake”
de una que ya publiqué hace un lustro)