diumenge, 15 de desembre del 2019












Quitando alguna excepción, en los últimos meses solo he publicado 
viñetas y dibujos que ya tenía hechos tiempo atrás. Desde verano he 
dibujado poquísimo, el dibujo de este post es de hace dos años, no es 
un dibujo del natural, a mí me va más el dibujo de la imaginación, pero 
es un dibujo que resume (como todos los que surgen sin saber muy bien 
de dónde), vivencias, recuerdos, anhelos y, sobre todo, lugares. Y es 
que los dibujos, creo yo, hablan de lugares. Y son lugares, también.

Es en eso en lo que estoy desde el último verano: no dibujando, pero 
sí escribiendo lugares. Una novela es, ante todo, un lugar, tanto cuando 
la lees como cuando la escribes, allí hay personajes que están tan vivos 
que al final son ellos quienes acaban escribiendo, o leyendo, el libro. 
Y aunque no es la primera vez que escribo una cosa de esas, sí es 
la primera vez que tengo la sensación de haber entrado en una 
sorpresa cotidiana, divertida y fluida, y también agotadora y 
ardua. Y muy absorbente. Mucho. Es tan absorbente que la 
voy a titular “Crónica de una bayeta anunciada”. Sí sí sí. 
En fin, bromas aparte (que ya sabéis que soy persona 
seria y previsible) (excepto cuando no lo soy), 
lo cierto es que ya es cuestión de días terminarla, 
y que a partir de ahí vendrá eso otro que es encontrar 
editorial que tenga a bien editarla. No sé si lo conseguiré, 
pero no me voy a detener ante las negativas, si no 
me la quiere editar nadie haré todo lo que 
esté en mis manos (y en mis pies) para 
conseguir que pueda leerse más allá 
de mi círculo más cercano (ahí es 
donde se han quedado las otras 
cosas largas que he escrito).

Lo de anunciar que está editada será pues, 
como mínimo, cuestión de meses. Mientras tanto 
habrá que seguir imaginando lugares vivibles. 
Escritos. Dibujados. Y, claro que sí, 
respirados, porque la contaminación 
ambiental está ahí para deshacerla cada día. 
No para tragarla sin más.