divendres, 11 d’octubre del 2019














Se sienta en la cama y respira sin prisa, ya no hay que llegar con urgencia a ninguna 
parte. Por fin lo ha hecho. Cortar una relación nunca es fácil, pero la sensación de 
alivio y libertad compensa la tensión insufrible y los infinitos malos rollos. Sabe que ha  
sido su última relación tóxica, atrás queda la alta ejecutiva de no sé qué gran banco, 
más atrás todavía aquel jeque árabe, petrolero y machista, también el político 
experto en mentir y en calcular —calcular más mentiras—… y otros y otras que ahora el 
planeta no tiene ganas de recordar. Se quita los coches que le aprietan los pies, se 
desprende del asfalto asfixiante —qué más ropa necesita alguien que quiere, simple y 
 naturalmente, hacerse el amor—, y tira a la basura todas las joyas que le colgaban, le 
pesaban y le oprimían: un par de cuentas pendientes, un diamante de sangre, anillos 
industriales… Y se desmaquilla de humaredas y de beneficios bursátiles, y se echa en 
la cama del espacio exterior para gozar, por fin, una orgía con su espacio interior. 

Y abraza el anhelo del placer más sencillo y profundo: no hay nada más excitante que 
ser una misma, y también uno mismo, despierto y desnuda bajo la lluvia de 
estrellas, ardiendo de besos, bebiendo la vida, sin más y sin menos…



-Ximo Segarra- 
(Cuentos de cuando el sexo pudo razonar -1)