dissabte, 24 de desembre del 2022





 


Érase una vez (o más de una vez) en un lejano (o cercano) lugar, 
un rey (o una reina) cualquiera. Así pues, estamos hablando de un 
(o una) cualquiera que vivía por y para sus miserables asuntos y que,
 cuando no sabía qué hacer, se ocupaba de sus hagoísmos de siempre,
 hagoísmos que reflejaban (y legitimaban) los hagoísmos de sus 
súbditos más miserables. Estos hagoísmos eran estar guapo 
(o guapa) delante del espejito mágico (o adulador), estar
 protocolariamente poderoso (o poderosa) y estar 
(esto era lo más importante) como un cencerro.

Porque así eran, en un lejano lugar (sí, mejor decimos lejano) 
(jueces hagoístas no ven bien que hablemos claro), en fin, decíamos 
que así eran, en un lejano lugar, esos (y esas) cualquiera, para gloria
 eterna de su (no es nuestra, es suya) patria eternamente sagrada (y
 eternamente mancillada por sus caprichitos) (para algo es suya) (para
 sentarse encima de ella cuando en gana les venga a sus reales
 posaderas) y por la gracia otorgada por un dios (o una diosa) 
(un odioso o una odiosa, en todo caso) cualquiera.

En fin, érase una vez un fin de cuento (o de relato) 
(o de mensaje navideño) acompañado de una cuchufleta 
para un rey (o una reina) cualquiera.