Es fácil definir a personas que están sufriendo como “esa pobre gente
que lo ha perdido todo”. Es fácil y es, además, inexacto, por no decir
estúpido, porque no lo han perdido todo, les queda la mirada, la voz
con la que
responden a la periodista o al fisgón de turno, les queda
también la
generosidad para no enviar a tanto buitre a freír espárragos.
Y no me refiero solo a La Palma ahora, es práctica habitual en el sistema
donde vivimos mirarlo todo desde esa isla llamada sofá (hay sofás
reales
y sofás virtuales), como si la cosa no fuera contigo, hasta que llega un
día que sí, que la cosa va contigo y al otro lado de la pantalla
audiencias
voraces se nutren de tu testimonio dolorido.
Tampoco es de extrañar la insensibilidad cotidiana, no olvidemos
que hasta no hace mucho (un par de siglos es casi nada, desde una
perspectiva histórica) las ejecuciones eran muy públicas y muy
celebradas en
vivo y en directo. Ver sufrir a un semejante es, desde
la plaza del pueblo o
desde el comedor, todavía un entretenimiento
para el imaginario colectivo. Y es
que por desgracia la evolución
de la especie humana arrastra todavía muchos
cangrejos.
Yo no pertenezco a ningún gremio privilegiado, ser artista o
artesano
te expone, si el poder dominante y legalmente establecido no te ha
elevado a sus altares favoritos, a tragar buenas dosis de indiferencia
y desprecio.
Ay… esos pisoteos elegantes, que miran con sus ojos
henchidos de sofisticación
hacia las lujosas cumbres y con el
reojo se aseguran de que te fusiones bien con
el asfalto
maloliente de sus suelas y sus tacones.
Ya para terminar, añadiré que soy descendiente de
innumerables
generaciones de agricultores y agricultoras, y eso me ha grabado
en
los genes la certeza de que el desastre puede llegar en cualquier
momento,
en forma de granizo, inundación, sequía, legalidad armada,
temblores de tierra
o, aunque suene más exótico, también en forma de
volcán. Y me ha grabado en los
genes otra certeza aún más clara: que
no se sale del desastre con promesas ni
postureos de las autoridades,
ni con visitas relámpago desde el palacio real.
Se sale de la mano de
gente como tú, personas que te miran a los ojos y te
dicen, sin
más rodeos: Estoy aquí, ¿en qué te puedo ayudar?