Abrió el libro y con la
lengua llena de letras empezó a hacerle el amor. Las páginas,
encantadas, lanzaban
besos, caricias, suspiros y le envolvían con el aroma cálido y
rebosante del
secreto compartido. Una poesía que pasaba por allí se unió a la fiesta
revoloteando
ligera, y repartía rimas sonoras en este hoyuelo anhelante o en aquel
suave
oasis, sin cansarse de buscar nuevas maneras de buscar. Y todo sucedía en una
húmeda mañana de domingo que se desperezaba con generosidad, que ejercía su
derecho al voto con promesas que se cumplían al momento y que en abundancia se
colmaban hasta que el lector, el libro y la poesía se vistieron para salir.
Dieron un
paseo bajo la lluvia o bajo el sol, qué más da bajo qué cuando los
versos manan de
los dedos ardientes y las miradas se remojan en las fuentes del
amor.
Caminan y respiran, eso
es lo importante, mientras el viento se enamora de un
gozo callado que dibuja
sin prisas gotas sobre la piel sin miedo. Es domingo de
elecciones, y entran en
la urna y les sondean la excitación a todas y cada una
de las papeletas, las
harán brincar de gusto y las harán volar de placer junto
con todas las
papeletas de todos los colegios del lugar, y el rey allá en su
palacio se
asustará al ver llegar tan grande y descarada rebelión, y los
guardias saldrán en
helicóptero con sus porras marchitas para
proteger el orden prostitucional. Los
líderes políticos
pondrán el gritito hipócrita en el cielo hasta
quedarse afónicos y el país entero
estallará en un sonoro orgasmo
de libertad, montado a
lomos de una
alfombra
fugada del
Tribunal Infierno.
Y después le daremos una
patada en
el culo al trono soberbio de la ignorancia
y al ruidoso rotar de la violencia. Y votaremos.
Votaremos una y otra vez y todas las veces que haga falta
y haremos mil y un
referéndums. Y leeremos la vida y
la escribiremos con amorosa insumisión.
-Ximo Segarra-
(Cuentos de cuando el
sexo pudo razonar, 4)