Púlpitos hay en todas partes, no solo en las iglesias. Es verdad que en
las iglesias hay muchos, pero no entraré ahora en ese tema, mejor
hablaré de los púlpitos que hay en las calles, en las escuelas, en las
salas de
espera, en las fábricas, en las colas del paro… Sí, quien más
y quien menos
atraviesa sus días y sus noches conduciendo su púlpito
particular. Y eso pasa
porque somos árboles frutales. Sí: árboles frutales
que naufragan en el asfalto,
comprando y vendiendo pulpas se nos va la
vida aunque lo más natural sería regalarlas,
sí, dar y recibir nuestras
pulpas hermosas, no lanzarnos sin piedad esas otras pulpas,
las
paranoicas lapidarias chungas, más saludable es compartir sin
tickets ni
facturas los frutos sabrosos que nos nacen.
¿Utópico? ¿Liberador? ¿Bobadas? Depende de lo que seas, o de
lo
que quieras ser, yo digo estas cosas porque soy una higuera (ojo, no
digo
que estoy en la higuera) (digo que soy una higuera). Y no por ser
una higuera
soy peor o mejor que nadie, o sufro más o menos, cada
quien es lo que es y todas
tenemos nuestro dolor y nuestro corazón,
yo por ejemplo tengo un amigo que es
un cactus y parece que es un
tío despreocupado y ocurrente y seguro de sí mismo
pero se lo pasa
fatal el pobre cuando no puede dejar de lloverse a sí mismo.
Insisto: somos árboles frutales, o árboles sin más, o cactus o flores o
incluso huertos salvajes. A veces las ramas y las hojas no caben, se
rompen en esas puertas y esos muros que se construyen para cobrar
algún peaje o secar
alguna acequia, y que impiden a la higuera o al
rododendro o al peral acariciar
las raíces amadas que caminan por
debajo del camino, acariciarlas hasta que la
eternidad florezca.
Sí, las ramas de la memoria herida pueden tapar la profundidad
del paisaje que vivimos, pero hay todavía árboles que quieren ver
y superan la ceguera de su propio orgullo. Y hay árboles que
crecen porque deshacen la
dureza de su propio púlpito.
Y también hay árboles que tienen su verdad y no
crucifican la verdad del otro, se arriesgan a
escucharla. Hay, en fin, bosques
enteros
que palpitan allá donde
nadie los espera.