La primera viñeta del año acapunuevo no está inspirada en lo que
está sucediendo en los U.S.A.
(me refiero al asalto al Capitolio y cosas por
el estilo). O por lo menos no
está inspirada solo en eso. Quiero decir que, por
más insólito y sorprendente
que parezca lo de Estados Unidos, no lo es tanto:
la historia de los países del
mundo está llena de asaltos al poder,
revueltas, grandes sucesos memorables o
no tan memorables
e infinidad de guerras, civiles o viles o ambas cosas a la
vez.
En eso no son muy
originales los Estadios Unidios, ya hubo un gran
imperio, el romano, que no se
hundió de la noche a la mañana ni de la
mañana a la noche ni de la hora de
almorzar a la hora de la siesta,
no no no. Le costó lo suyo: su esplendor y sus
grandes conflictos
internos convivieron durante siglos hasta que, lentamente,
se fue
todo a la Cloaca Máxima. Y es que Roma tenía sus perezas y sus
procrastinaciones (no en vano sus fundadores legendarios fueron Rómulo
y Rémolon),
y se hundió así, a su ritmo, remoloneando y hacia Belén
va una mula, rin, rin,
yo me remendaba yo me Rin tin tin… (aquí poned
la música que os apetezca, yo os
recomiendo Deutschland, de Rammstein,
o si preferís algo más fuerte, poned su
versión más brutal: El baile de
los pajaritos, de María Jesús y su acordeón).
En fin, después de este apunte tan académico, serio y rigurosisísimo, he
de volver a lo que
intentaba decir al principio: que la viñeta de hoy está
inspirada en cantidad
de hechos insólitos y sorprendentes (y también
históricos, claro que sí) que
suceden cada día, muchos de los cuales no
merecen atención mediática pero que
son todos ellos conformadores de
la realidad donde vivimos. Una realidad donde
las ignorancias se imponen
con demasiada frecuencia a las inteligencias. Pero
de eso no hablaré yo, que
hablen los expertos, que para eso les pagan. Yo solo
soy un tonto payaso
desempleado y me voy ya raudo y veloz a mi planeta.
Sí sí sí, allá que me voy. Allí siempre hay una respuesta amable o,
cuando no la hay, hay por lo
menos una sonrisa. Una sonrisa que
me hace sentir en paz conmigo mismo (y conmigo
mimo, también).