Cuando suenan las voces de las sirenas más tontas y crueles del barrio,
tenemos ganas de decir Id
a buscar a los malos de verdad, a los ladrones
armados y a los ladrones de
guante blanco, id a buscar al rey y a su corte
de parlamentarios acomodados.
Dejad en paz a ese hombre, que se
olvidó de coger la mascarilla porque todavía
no sabe dónde poner el
cáncer que se llevó a su compañero, sin poder cogerle
las manos ni las
lágrimas aquel día cuando un hospital inundado de protocolos
se lo tragó,
y no lo volvió a ver vivo nunca más. ¿No veis que os contesta así,
huraño,
porque en el fondo lo que quiere es acabar con todo? Él no tiene la
pistola
que tenéis vosotros, ni la placa ni la porra, ahora él solo tiene la
rabia
envolviéndole el corazón, y también tiene unas lágrimas que
no sacará
nunca ante vosotros, fríos cumplidores
de una ley carente de amor.
Id a buscar a los asesinos de verdad, a los acaparadores, a las voces
de ese amo que nos encierra
y nos entierra y nos destroza cada día un
poco más. El miedo se adueña palmo a
palmo de las calles y las cubre de
hielo, y no es novedad, solo pasa que le
están dando una vuelta de tuerca
más, y una tropa de mercenarios nos vigila
para que no nos salgamos del
redil. Es verdad que alguno no puede más con su
uniforme, que le quema
tanto frío en la piel, pero cobran por eso, y obedecen esas
órdenes
que son cada hora más insanas, cada minuto más crueles,
cada segundo más
tontas.