dimecres, 29 de març del 2017














Este dibujo lo hice a principios de 2015 después de leer la frase 
que Gaston Bachelard escribió a mediados de siglo XX, 
dentro de su libro "La poética del espacio". 

Reconozco que no me he leído entero el libro, pero sí hay varios 
pasajes que me llamaron en su día la atención, quizá porque invitan 
fecundar nuevas perspectivas... Como muestra, este botón: 


"Todo se dibuja, incluso lo infinito." 


Muy cierto. Mucho. Aunque un par de páginas después añade: 


"El ser no se ve. Tal vez se escuche. 
El ser no se dibuja. No está bordeado por la nada." 


¿Contradicción? ("Todo se dibuja" - "El ser no se dibuja") 
Sí, contradicción, porque teniendo en cuenta que el ser está 
dentro del todo... no podemos afirmar primero que todo 
se dibuja y después decir que el ser no se dibuja. 
El ser está implícito en el todo, por tanto... 
El ser sí se dibuja ¿o no? 

Bueno, la verdad es que este 
tipo de contradicciones me encantan, 
por lo que sugieren y por lo que inspiran
porque, cuando topo con 
contradicciones así, 
mis propias 
contradicciones 
se sienten acompañadas 
y, en definitiva, se sienten 
inspiradas a confrontarse, dialogarse, 
y, finalmente, comprenderse y resolverse. 

Tal vez Bachelard entiende que el todo está 
dentro del ser, y por eso él concibe que todo 
pueda dibujarse, excepto el ser, que es algo así 
como el summum de todos los súmmumes y... pero 
yo no quería ponerme ahora metafísico ni teórico del 
arte (aunque la verdad es que la idea de que el ser no 
pueda dibujarse a sí mismo me pone las neuronas a 
bailar con el infinito y el más allá y con gusto 
me cogería ahora un lápiz para hablar 
con él del tema). 

Pero no, yo quiero hablar de lo de la vivienda, porque 
hoyal volver a leer la frase de Bachelard, he recordado aquel 
edificio en construcción que veía todos los días en mi época de estudiante 
de Bellas Artes en València; me pillaba de camino hacia la facultad y era un 
edificio grande y robusto y también elegante. Y, sobre todo, aquellos grandes 
maceteros y jardineras en lo alto de todo... Yo esas cosas no las había visto nunca, 
viniendo de mi Castelló de urbanismo feote y no muy innovador... Pero, a lo que iba, 
resulta que, al final de todo, cuando el edificio estaba ya a puntito de darse por 
concluido, se percataron de un detalle: nadie había pensado en el peso 
de la tierra que iba dentro de las macetas. Y por ese pequeño 
detalle el edificio podía caerse, o, como mínimo, estaba en 
riesgo de tener serios problemas de equilibrio.

No recuerdo cómo lo solucionaron, o quizá perdí el 
interés por saber cómo terminaba la historia del edificio de las 
grandes azoteas ajardinadas, pero hoy, al reencontrame con el libro 
de Bachelard, he recordado aquello, y he pensado la de veces que, 
por más que repasemos todos los detalles, se nos olvida, o se nos 
traspapela entre los planos que diseñan nuestro vivir, ese 
espacio que necesita el oxígeno para corretear y 
sentirse a gusto. Es tan fácil olvidar detalles 
tan sutiles como el peso de la luz... Sí. 
Cuántas veces olvidamos...