dimecres, 8 de maig del 2019













EL TRE

Durante 2 segundos y 2 décimas el corazón de Carolina no sabe dónde está. 
Sentada en los primeros asientos del tren, de espaldas al maquinista que ahora 
grita, oye un golpe y todo su cuerpo entra en un frenazo eterno. Carolina solo 
tiene tiempo para agarrarse al apoyabrazos con su mano derecha y buscar y 
encontrar con su mano izquierda el brazo de su madre. Y esperar lo peor, 
sentir que aquí termina todo. Ahora el pasado y el futuro se aplastarán 
en este vagón de cercanías y no habrá ya nada más que contar. 

Pero Carolina no quiere irse, y mira más allá de sí y promete que si sale 
de aquí se va a atrever a hacerlo, sin esperas, ni excusas, ni escondites... 

Sin aviso el reloj vuelve al goteo habitual de segundos. El tren detenido y el 
maquinista informando de un arrollamiento. Puede buscar y encontrar en los ojos 
de su madre la calma necesaria para hablar y escuchar. Hay tiempo de sobra para 
que llegue la Guardia Civil, el cambio de tren, la sospecha de que alguien, allí, ha 
culminado la decisión del suicidio. Ellas están a salvo, volverán a viajar juntas. 

Y sabrán encontrar, algún día, respuesta a la perplejidad, el sinsentido... O por 
lo menos en eso confía Carolina esta noche, a punto de enviar esa carta 
de amor que lleva años retrasando. A su padre. 

Al que nunca perdonó, al que se fue. Papá te comprendo, te equivocaste, 
me abandonaste, lo hiciste completamente al revés... pero te comprendo. No 
hay que rendirse así como lo hiciste tú, dejaste mis ojos huérfanos, me perdiste 
en este laberinto de lágrimas quemadas... Pero ya lo sé, papá, ya sé que si pudieras 
le darías la vuelta al reloj para buscarme y para abrazarme... No, nadie se ocupó de 
ti aquel día, nadie se acordó de cómo se siente un hombre cuando le roban la vida, 
el desahucio, el puto desahucio, no supiste verte en la calle con nosotras, mamá 
callada avergonzada con sus manos vacías, yo enfadada contigo porque mi 
habitación era mía y tú me la arrancabas con la mirada vacía... 

Carolina mira las estrellas que cuelgan del techo y aleja de 
sus oídos el sonido del tren cuando golpea así. 

Y durante 2 segundos y 2 décimas recuerda el abrazo que nunca le 
pudo dar y llora la carta. Luego se quedará dormida, y entre 
las estrellas alguien responderá, alguien le sonreirá. 

Será una sonrisa que ya sabe llover sobre los sueños más dulces. 
Esos sueños que ella no quiere dejar morir. 







Ximo Segarra